El Camino de Santiago es una actividad que muchas personas eligen realizar durante sus vacaciones, buscando una alternativa diferente a las vacaciones en la playa o en el camping. Gentes de distintas nacionalidades, edades y condiciones andan por el camino; y el caminar es siempre una actividad saludable y reconfortante, aconsejable para toda persona, aunque solo son peregrinos los que recorren el Camino de Santiago en toda su extensión. Recorriendo la senda trazada se transitan distintas ermitas e iglesias antiguas, mientras las facultades y la resistencia se ejercitan día a día.
Antiguamente la persona que iniciaba un peregrinaje lo hacia para no volver, al dejar la ciudad se despede de todo y todos porque sabe que sus ojos no volverán a ver nunca más esa ciudad. Dichas personas si vivían lo suficiente encarnaba al peregrino, por eso el peregrinaje era un camino místico, plagado de dificultades. El caminante solo sabía que como viajero no podía volver atrás, y que todo su empeño tenia que estar en alcanzar Santiago de Compostela o cualquier otro lugar santo elegido. Etapa tras etapa dejaba atrás las experiencias vividas, empleando su fuerza en alcanzar el siguiente pueblo o posada, aunque más de una noche tenían que improvisar refugio o pernoctar bajo las estrellas.
Si la diosa fortuna y un carácter decidido hacen que llegue a Santiago, este es un día mágico, entre las altos arcos de la catedral y el incienso de los botafumeiros. Pero la persona ya no es la misma, y sabe que no puede volver a la ciudad de la que partió, porque ha cambiado. Si regresa nada es como antes, ni lugares, ni personas, las calles han cambiado y no hay modo de volver a la ciudad de que partió. Si partió de Valencia no volverá a Valencia, si partió de Sevilla no volverá a Sevilla; pero el peregrino es feliz porque en su camino aprendió que nunca está solo y que por delante aun hay nuevas sendas y paisajes que transitar en todo su largo.
Antiguamente la persona que iniciaba un peregrinaje lo hacia para no volver, al dejar la ciudad se despede de todo y todos porque sabe que sus ojos no volverán a ver nunca más esa ciudad. Dichas personas si vivían lo suficiente encarnaba al peregrino, por eso el peregrinaje era un camino místico, plagado de dificultades. El caminante solo sabía que como viajero no podía volver atrás, y que todo su empeño tenia que estar en alcanzar Santiago de Compostela o cualquier otro lugar santo elegido. Etapa tras etapa dejaba atrás las experiencias vividas, empleando su fuerza en alcanzar el siguiente pueblo o posada, aunque más de una noche tenían que improvisar refugio o pernoctar bajo las estrellas.
Si la diosa fortuna y un carácter decidido hacen que llegue a Santiago, este es un día mágico, entre las altos arcos de la catedral y el incienso de los botafumeiros. Pero la persona ya no es la misma, y sabe que no puede volver a la ciudad de la que partió, porque ha cambiado. Si regresa nada es como antes, ni lugares, ni personas, las calles han cambiado y no hay modo de volver a la ciudad de que partió. Si partió de Valencia no volverá a Valencia, si partió de Sevilla no volverá a Sevilla; pero el peregrino es feliz porque en su camino aprendió que nunca está solo y que por delante aun hay nuevas sendas y paisajes que transitar en todo su largo.